¿Qué son los ácidos grasos?
Los ácidos grasos son moléculas bioactivas que tienen una doble función para nuestro organismo: aportan energía y actúan como reguladores de los procesos metabólicos vitales.
Encontramos tres tipos de ácidos grasos: saturados, monoinsaturados y poliinsaturados. Dentro de los ácidos grasos poliinsaturados (en inglés PUFAs Poly-Unsaturated Fatty Acids) encontramos dos ácidos grasos esenciales que son indispensables para los procesos metabólicos del cuerpo y que el organismo no puede sintetizar y deben ser suministrados en la dieta: el ácido linolénico (serie omega 3) y el linoleico (serie omega 6).
Los ácidos grasos poliinsaturados son particularmente importantes en la regulación de las funciones del cerebro, el corazón, la membrana, la retina, el hígado, los riñones, la piel, las mucosas, las glándulas suprarrenales y las gónadas, es decir, son imprescindibles para el mantenimiento de la salud.
DIETA

La figura muestra el proceso metabólico de los ácidos grasos esenciales a partir del ácido linoleico (omega 6) y ácido alfa linolénico (omega-3). Adaptado de: Undurti N. Das. Biotechnol. J. 2006, 1, 420–439
Acción cardioprotectora y neuroprotectora
Existe una extensa evidencia de estudios clínicos y epidemiológicos controlados que demuestran que los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga (PUFA) contribuyen al óptimo funcionamiento de la función cardíaca y neurológica.

La acción cardioprotectora de estos ácidos grasos se centra en mantener y normalizar los niveles de colesterol y triglicéridos, la presión arterial, el funcionamiento cardíaco y vascular y en los procesos inflamatorios, hiperlipidemia e hipertensión.
En su acción neuroprotectora, realizan funciones estructurales e influyen en numerosos procesos del desarrollo y el comportamiento neuronal, incluidos cambios en el aprendizaje, memoria auditiva y respuestas visuales y olfativas.
Omega 3: EPA y DHA
Específicamente los ácidos grasos denominados Omega 3, tales como el DHA (Ácido Docosahexaenoico) y EPA (Ácido Eicosapentaenoico) son indispensables para el buen funcionamiento orgánico. Por ejemplo, el ácido graso DHA es un nutriente esencial en el cerebro y en la retina, que requieren altas concentraciones de DHA para proporcionar un rendimiento mental y visual óptimo.
Omega 3, esencial para el desarrollo
El Omega 3 surgió con fuerza cuando investigadores daneses en 1970 demostraron que el bajo índice de mortalidad por infartos al corazón en los esquimales de Groenlandia se debía a que su alimentación se basa, casi exclusivamente, en productos marinos. Dentro de los Omega 3, el pescado es la fuente más rica en EPA. El DHA está presente en el aceite de pescado y en las algas de color marrón rojizo.

En la actualidad, la Organización Mundial de la Salud y numerosos organismos médico-científicos como las Sociedades de Cardiología Europea y Americana, han establecido recomendaciones para un aporte adecuado de Omega 3 en nuestra dieta, tanto para la prevención como para el tratamiento de enfermedades crónicas, especialmente cardiovasculares. Así se ha demostrado que, en personas sin enfermedad cardiovascular previa, el aporte de Omega 3 reduce el riesgo de padecerla en más de un 18% (Waitzberg, 2014).
Un aporte adecuado de ácidos grasos esenciales en niños y adultos ayuda a prevenir estados carenciales y enfermedades crónicas
Especialmente el crecimiento y el envejecimiento son las dos etapas en las que uno de los indicadores más sensibles es el estado nutricional de Omega-3, ya que su deficiencia compromete gradualmente aspectos físicos, funcionales y cognitivos.
El Omega 3 durante embarazo, lactancia e infancia
El Omega 3 ha demostrado ser esencial para el desarrollo y crecimiento de los niños y niñas. Ya en el feto y el recién nacido estos nutrientes son fundamentales para el sistema nervioso, ya que se concentran (en especial DHA) en las membranas de las células retinales y neuronales, siendo cruciales para la neurotransmisión y la neurogénesis.

Durante el embarazo y la lactancia los requerimientos de Omega 3 dependen prácticamente de la madre. Los estudios han demostrado que el feto acumula alrededor de 65 mg de Omega 3 por día durante el último trimestre y durante la lactancia, una madre suministra a su bebé unos 80 mg de Omega 3 por litro de leche producida. Por lo tanto, los recién nacidos exceden la ingesta de la mayoría de las mujeres embarazadas y lactantes y ponen de relieve una posible escasez tanto para la madre como para el bebé. Todo ello demuestra la importancia de mejorar el estado maternal de Omega-3 durante el embarazo, la lactancia y la infancia (Carughi, 2010).
¿Cómo obtenemos ácidos grasos para nuestro organismo?

Las pautas dietéticas de la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y la Asociación Americana del Corazón recomiendan ingerir entre 250-500 mg de EPA + DHA por día. Sin embargo, el cuerpo humano es incapaz de sintetizar estos ácidos grasos poliinsaturados esenciales y, en consecuencia, dependemos principalmente de nuestra dieta y como complemento de los suplementos para obtenerlos.

Las principales fuentes dietéticas vegetales de ácidos grasos esenciales son: para el Ácido Linoleico (AL), los cereales (como el sésamo), la mayor parte de los aceites vegetales como girasol, saffola y maíz; y para el Ácido Alfa-Linolénico (ALN) el aceite de canola, aceite de linaza, aceites de semilla de linaza y colza, nueces (como las nueces de macadamia) y verduras de hoja verde como la verdolaga.
Los pescados grasos, ricos en ácidos grasos poliinsaturados Omega 3, además de una excelente fuente de proteínas y minerales, se presentan como alimento de referencia en las dietas cardiosaludables.
Krill Antártico, fuente de Omega 3
Una de las principales fuentes marinas de Omega-3 es el Krill, pequeños crustáceos abundantes en el Ártico y en el Antártico. El aceite de Krill se extrae de la mayor de las especies de Krill antártico, Euphausia superba.
Los Omega 3 del aceite de Krill se presentan principalmente en forma soluble en agua (fosfolípidos), los cuales tienen una mayor asimilación en tejidos como el cerebro, el hígado y los riñones, en comparación con los Omega-3 presentes en el aceite de pescado por sí solos. Además, el aceite de Krill posee colina, vitaminas (A y E) y astaxantina, un potente antioxidante y antiinflamatorio. La ingesta de Krill se asocia también con varios beneficios en la función hepática, así como con la mejora de los procesos relacionados con la memoria.
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